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¿Para qué noción de ser humano diseñamos?

Nota basada en el libro Lo Urbano y lo Humano, Hábitat y Discapacidad (arq. Silvia Coriat). Revista INFO CAPBA IX, 03/15, pp. 18-23. Prov. de Buenos Aires.


En sucesivas ediciones Info CAPBA IX viene presentando en su sección sobre Accesibilidad, temas tales como pautas de accesibilidad en edificios públicos y en las playas, accesibilidad en el entorno doméstico, desarrollo de conceptos como ‘diseño universal’, ‘seguridad funcional’, etc., y cobertura de visitas a la ciudad de Mar del Plata de profesionales reconocidos en el tema, entre otras notas relacionadas.

Nos gustaría en esta edición hacer una pausa reflexiva. Sin recetas, ni recomendaciones, ni sistemas de medidas. Simplemente volver al inicio, al aspecto puramente humano que motiva el pensar ‘soluciones accesibles’; al aspecto vivencial de la existencia humana que tan estrechamente se enlaza con lo urbano.


Qué mejor que hacerlo bajo la guía de un buen libro. “Lo urbano y lo humano”, de la Arq. Silvia Coriat nos introduce de manera ágil y rigurosa, pero también –por qué no- emotiva, en el mundo de las personas con discapacidad, que habitan sorteando cada día numerosos obstáculos que los desaniman, que los “dejan afuera” desde varios aspectos. De lectura recomendada, su libro es una guía imprescindible para animarnos a ‘dar el paso’ y pensar de ahora en más, en lo accesible para cada proyecto, de forma tal que esos obstáculos no tengan que ver con el diseño urbano y edilicio que nos compete.

SER DIFERENTE, SENTIRSE DIFERENTE

“Reducir el abordaje y estudio de la discapacidad a terapia ocupacional y rehabilitación médica... es como confundir el problema de la mujer en la sociedad con la ginecología; o encarar el problema del racismo desde la dermatología...”

“Las personas con alguna discapacidad siempre supieron que ‘discapacidad’ implica mucho más que problemas físicos. Saben que éstos no son ni el único ni el más importante de los problemas. Que todo no termina al salir del hospital o del centro de rehabilitación en silla de ruedas y ni aún con un vehículo adaptado. Saben que sólo han enfrentado los primeros problemas, porque tener una discapacidad significa vivir como alguien “diferente”, “anormal”, “inferior”. Significa enfrentar problemas de gran complejidad: “...que los demás te evadan, te tengan lástima, o te rechacen totalmente...” Significa tener mayores problemas para encontrar trabajo o vivienda. Significa quedar atrapado en la pobreza, en una jubilación o pensión miserable. Significa discriminación.


Tener una discapacidad no es sólo tener un defecto físico, psíquico o sensorial: es formar parte de una realidad socio-política compleja que se vive día tras día.


Sin embargo, dejando de lado la naturaleza de la discapacidad, el abordaje de la problemática de las personas con discapacidades -hasta hace pocos años, y aun actualmente- se ha limitado al paradigma que sugiere que discapacidad implica sólo problemas físicos y la compensación de los mismos.


Hasta hace muy poco, este paradigma dominaba la práctica médica y la rehabilitación. Quienes contaban con poder y control promulgaban este paradigma y ponían los límites al respecto. Era sólo este punto de vista el que aparecía en las publicaciones científicas, se enseñaba en las facultades, se escuchaba en las conferencias y se reconocía en los centros de rehabilitación.

Sin embargo, en las últimas décadas (las personas con discapacidad) están emergiendo como grupo y nos dicen: “No aceptamos más ser vistos como personas ‘defectuosas’ para ser reparadas, enviadas a casa y ocultadas. Esta es nuestra realidad. Ténganlo en cuenta y téngannos presente”. Y más recientemente: “Tenemos los mismos derechos a una vida plena y participativa que el resto de los ciudadanos. No tomen decisiones sobre nuestras cuestiones sin consultarnos”.”

SER HUMANO HOY

Hace falta, pues, transgredir, modificar la visión heredada para modificar el hábitat.

“A la imagen heredada de la Antigua Grecia del individuo –“noble, hermoso y perfecto”– se opone otra imagen: la del abanico de características cada día más heterogéneas en aspectos antropométricos, funcionales, y aún mentales, afectivos, que, lejos de alejarse de la “nobleza” se acercan a ella, en la medida que podemos despojarnos de la máscara de perfección, reemplazándola por una búsqueda desprejuiciada del ser humano; con sus propias características; tal cual es.


¿Qué ajustes deben producirse entonces en nuestra sociedad para adecuarse a las necesidades planteadas por esta nueva situación? ¿Cómo adecuarse a la inclusión plena de un sector de la población cada vez más activo y potente, con características físicas y funcionales diferentes?


El mundo griego admiraba la salud, la armonía y la “belleza”. La salud era considerada como el mejor de los bienes. La enfermedad, por el contrario, era considerada una gran maldición, pues apartaba al hombre de su estado de perfección y lo convertía en un ser inferior. El hombre ideal, para ellos, era el ser cuyo armonioso equilibrio de cuerpo y alma lo hacía noble, hermoso y perfecto.


Esta concepción, heredada y dominante en nuestra sociedad, rige la mirada que uno tiene de sí mismo y de los otros, y determina el valor que asignamos a las personas según su grado de aproximación a esa perfección.


En la modernidad, en tanto el sujeto pasa a ser fundamento, centro del mundo, referente y parámetro, se marcha hacia la instalación de la identidad. La idea de “progreso” viene acompañada de logros de los más aptos, y de su contracara, la discriminación.”

SOLUCIONES QUE “DES-INTEGRAN”

Personas con elementos auxiliares, tales como bastones, andadores, sillas de ruedas, revolucionan los criterios ergonómicos aplicados hasta la fecha y ponen en evidencia graves carencias en el dimensionamiento de nuestras ciudades.

“La Ciudad, el concepto de vecindad, el “progreso”, la tecnología, han sido y son movimiento.

Dentro de este marco de cambios, nuestra concepción de la discapacidad está en parte signada por la forma en que nuestros antecesores crearon nuestro hábitat. En un principio, el hábitat que uno hereda es percibido como fijo, inmutable. De esta forma la realidad del medio y el concepto de discapacidad interactúan entre sí. La discapacidad es tanto una idea social como un hecho físico. Nuestra concepción de lo que constituye un espacio social apropiado para personas discapacitadas incide en la forma en que creamos nuestro hábitat. Hace falta, pues, transgredir, modificar la visión heredada para modificar el hábitat. Es necesario ubicarse en el lugar del otro, y oírlo.


Cuando una persona en silla de ruedas habla de que vive en un piso superior, la escalera se convierte en un lugar donde puede ocurrir cualquier cosa. Surge una imagen compleja e intrigante: la arquitectura se convierte –o se pone en evidencia como– un teatro del drama humano.


Las escaleras no son solamente hostiles desde un punto de vista funcional. Son fuente de problemas afectivos y conflictos familiares. Se convierten en un cartel que dice: “No se permiten discapacitados”. Enfrentar esta situación permanentemente es agobiante. Sin embargo hay quienes se ven obligados a hacerlo todos los días.


¿Cómo se juegan, en la vida cotidiana, las relaciones de las personas en el escenario del hábitat? ¿Qué significado encierra para un individuo, en su relación con los demás, el poder acceder o no por sus propios medios, como lo hace el resto de las personas, al espacio en que se despliegan esas relaciones? Y a la vez: ¿qué significa para los demás –amigos, parientes, y también médicos, arquitectos– esta misma exclusión, en el mejor de los casos salvable mediante la dependencia, es decir, la asistencia de otros?


Hablamos de escaleras, para mencionar tan sólo un ejemplo. La bipedestación, uno de los atributos estructurantes de la especie humana, ha definido desde siempre los requerimientos dimensionales para los espacios de recorrido. En algunas épocas esto se ha dado en forma espontánea, y en otras de manera planificada, y aun con criterios científicos –desde la antropometría y la ergonomía–.


Pero cuando la propia especie humana logra prolongar la vida de individuos que antes morían por enfermedades o complicaciones, y por ende les posibilita una vida activa pese a secuelas discapacitantes, paradójicamente deja de ser la bipedestación la única postura de deambulación imaginable. Personas con elementos auxiliares (…) ponen en evidencia graves carencias en el dimensionamiento de nuestras ciudades: la ausencia de lo que llamo “coeficientes de seguridad ergonómica” –coeficientes que amplíen los márgenes dimensionales mínimos a ser previstos–.


En tanto la bipedestación es concebida tradicionalmente como la única manera posible de movilizarse, todo desnivel, en recorridos peatonales, se salva con un recurso en la historia del hábitat humano: la escalera, el escalón.


Para arquitectos, urbanistas o ingenieros es difícil aceptar y reconocer que la escalera pueda ser problematizante. Forma parte de aquello que es tomado como fijo e inmutable: una constante en el diseño del espacio urbano y arquitectónico.


En la práctica profesional es habitual que la creatividad se oriente a buscar nuevas formas y soluciones arquitectónicas sin necesariamente comprometerse con las necesidades y el comportamiento humano. El referente humano implícito en el diseño es considerado como una obviedad acerca de la cual no se profundiza. En todo caso, el ser humano cuyas características subyacen es, o bien el propio profesional, o el individuo medio “standard” en buen estado de salud, o el usuario particular en el momento circunstancial de su vida en que se topa con el arquitecto –el comitente o usuario en su “aquí y ahora” congelado en el tiempo–.


Lo cierto es que en las últimas décadas, por primera vez en la historia de la humanidad, la problemática social de las personas con discapacidad se manifiesta de manera consciente y organizada haciendo oír su propia voz en la defensa de sus derechos como ciudadanos, reclamándonos una ciudad, un hábitat accesible.


¿Dónde nos ubicamos frente a esta creciente demanda? ¿Cuán éticos somos si no estamos plenamente convencidos de la íntima relación, tanto intelectual como emocional, entre el ejercicio de la arquitectura y el ser humano, en sus múltiples despliegues?”

LA INTERVENCIÓN DEL ARQUITECTO

¿Por qué a los arquitectos nos desconcierta tanto este tema, nos resulta tan ajeno a nuestra actividad cotidiana?

¿Para qué noción de ser humano diseñamos? ¿A qué noción de ser humano pertenecemos o respondemos nosotros mismos?

“Procuramos reducir al mínimo la generación de situaciones discapacitantes. Las personas ciegas o los usuarios de sillas de ruedas son tan sólo la porción más visible de una franja de la población que se topa con múltiples dificultades en la ciudad.


Se generan situaciones discapacitantes para un amplio rango de problemáticas a menudo no tan visibles o aparentemente no tan graves: personas ancianas que deambulan con dificultad, sin ayuda, pero precariamente, con artritis o con hemiplejias; personas que utilizan muletas, bastones o andadores; personas con disminución visual severa, sordos, personas muy bajas o muy altas, u otras con dificultades para orientarse o para interpretar mensajes en carteles señalizadores, etc.


Todos tenemos o tuvimos padres mayores y abuelos. Muchos de nosotros hemos pasado el período de embarazo para que nazcan nuestros hijos; éstos han sido pequeños, y también hemos pasado por la situación de estar con un yeso durante varias semanas.


¿Por qué a los arquitectos nos desconcierta tanto este tema, nos resulta tan ajeno a nuestra actividad cotidiana? Sabemos que hay una serie de normas, leyes, ángulos de rampas, que tienen que ver con personas en sillas de ruedas. Pero, ¿por qué cuesta tanto incorporar estos conceptos a nuestra actividad profesional?


¿Para qué noción de ser humano diseñamos? ¿A qué noción de ser humano pertenecemos o respondemos nosotros mismos? Durante décadas, los arquitectos nos hemos formado y hemos diseñado respetando pautas y dimensiones dictaminadas desde manuales y textos de estudio. El famoso manual “El arte de proyectar en arquitectura” incluía las medidas para todo lo imaginable y lo inimaginable.


¿Quién era ese individuo perfecto, universal, de quien eran registradas sus medidas en todos sus actos; ese distinguido señor para quien se diseñaron a medida tantas obras de arquitectura?


Era el hombre medio, o standard. El hombre que “representa” a la mayoría. Eso hicimos durante décadas: diseñar y construir para un grupo excluyente, denominado “mayoría” sin preocuparnos por dejar afuera a un vasto grupo de la población. Y aún no estamos hablando de las personas con discapacidad: nos referimos a personas algo más bajas, o más altas, o más gordas, o miopes.


Consideremos las peripecias para utilizar toilettes mínimos en los cuales, si hay lugar para la puerta no lo hay para entrar; el esfuerzo necesario para abrir puertas con “cierra puertas”; el problema en que se constituye un dormitorio en planta alta, cuando el usuario tiene un esguince, o es un abuelo con cardiopatía; la altura de las ventanillas de atención en la mayoría de las reparticiones públicas; ascensores mínimos en los que no entra un cochecito de bebé...


La ergonomía aplicada a la antropometría revolucionó los criterios de dimensionamiento tradicionales al proponerse lograr diseños estándar que cubrieran franjas cada vez más amplias de usuarios.


Al introducir conceptos de accesibilidad remarcamos la necesidad de verificarlos en cada etapa del proceso de diseño y en la etapa de su culminación: el uso. En las primeras, para generar los ajustes necesarios propios del desarrollo de todo proyecto. En la etapa de uso, para producir las correcciones pertinentes y para realimentar la información necesaria en las etapas de diseño para todo otro nuevo proyecto.


La participación del usuario con discapacidad en ambas instancias y en cada etapa del proceso de diseño –generación de ideas, prefiguración, distintos niveles de concreción y en el proceso de verificación en “ida y vuelta”–, es fundamental poniendo a prueba y verificando cada decisión, particularmente en los aspectos funcionales. La accesibilidad re-significa el sentido del proceso de diseño en su doble carácter de hipotético-iterativo. (Lo hipotético perdura de manera dinámica a lo largo del proceso de diseño: desde cada etapa se “re-hipotetiza” sobre las etapas aparentemente superadas y las siguientes. - Aclaración de la autora para esta publicación)


Más ampliamente, el protagonismo del usuario idóneo con discapacidad en las diferentes etapas de gestión –desde la planificación hasta la habilitación y la verificación en el uso– contribuye a la optimización y a la excelencia del producto arquitectónico resultante.


Las normas de diseño accesible incluida la legislación nacional y los antecedentes internacionales, son necesarios, pero no suficientes. La discapacidad no se vive uniformemente en todas las latitudes y en todos los sectores sociales.”

PAUTAS DE DISEÑO ACCESIBLE: SU APLICACIÓN Y SUS LÍMITES

Ser creativos investigando y aportando criterios para la implementación de pautas de accesibilidad. Estos criterios se encuentran aún en plena elaboración en otros países y resta responder a muchos interrogantes.

“Ahora bien: si no es posible establecer pautas generalizables, ¿cómo diseñar? ¿Cómo aplicar los criterios de accesibilidad, incluidas leyes, normas y decretos? ¿En qué casos sirven y en qué casos no? ¿Todo tiene que ser accesible? Y si no es así, ¿cómo definir los límites?

Se trata de:


1) Utilizar la información sistematizada, conscientes de la diversidad de factores en juego;


2) Aprovechar las valiosas oportunidades, con usuarios con discapacidad, de comprender la lógica de sus modalidades de comportamiento, de comunicación, de relacionarse, de moverse y de desenvolverse en diferentes tareas, a fin de ampliar y enriquecer nuestro necesario conocimiento acerca del ser humano.


3) Ser consecuentes con las premisas básicas de ergonomía, a saber: a) seguridad, b) confort, c) accesibilidad en todas las variantes posibles (al medio físico, a la comunicación, a la información); y aplicar de los conceptos enunciados en a), b) y c) a las distintas escalas e instancias de diseño –gráfico, objetual, arquitectónico o urbano–.


4) Ser creativos investigando y aportando criterios para la implementación de pautas de accesibilidad. Estos criterios se encuentran aún en plena elaboración en otros países y resta responder a muchos interrogantes.”

La presente nota ha sido elaborada citando fragmentos de los capítulos 1, 2 y 4 del libro CORIAT, Silvia Aurora, “Lo Urbano y lo Humano. Hábitat y Discapacidad” (1º ed.) CP67, Universidad de Palermo y Fundación Rumbos. Madrid, España, 2002.


Agradecemos a la autora el permiso de publicación. El libro, que fuera Mención de honor en la categoría Historia, Teoría y Crítica de la Arquitectura y el Urbanismo, en la Bienal de Arquitectura, Quito 2002, cuenta con una 2º edición actualizada y ampliada en 2011.





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